Introducción
Una de las dificultades mayores al intentar explicar el constructivismo es que su aparato terminológico (como el de cualquier teoría de cualquier ciencia blanda) es „difuso“ para quienes no están familiarizados con ella: palabras que en el lenguaje coloquial tienen un significado más o menos preciso, dentro de la teoría tienen otro significado, generalmente más preciso pero por sobre todas las cosas: diferente de su acepción común1Aquí no estoy diciendo nada nuevo: este inconveniente no es inherente solo a una determinada disciplina. La existencia de los „Diccionarios de Filosofía“ es una tradicional y acabada muestra de ello. Cuando decimos „comunicación“, „realidad“, „mundo“, „percepción“, „conciencia“ y tantos otros términos, su significado rara vez es el mismo fuera del contexto teórico constructivista. Esta no es una dificultad menor, ya que es justamente es esta ambigüedad (o para ser más exactos: la falta de profundidad comprensiva de esta ambigüedad) la culpable de un malentendido muy común y que consiste en confundir al constructivismo con un relativismo irreflexivo y de matices antinaturalistas.
La gran confusión
El eje fundamental del constructivismo no gira en torno a una ontología de la realidad, sino sobre cómo los animales percibimos esa realidad, y cuáles son los mecanismos que tenemos para interpretarla, o sea: que hacemos con dicha percepción y sus limitaciones; y al mismo tiempo propone que mediante ese proceso de observarción, percepción e interpretación, la realidad es construída por nosotros. El planteo va un poco más allá y pareciera negar cualquier tipo de „realidad ontológica“; pero ésto no tiene nada que ver con un místico antagonismo del naturalismo; el constructivismo habla desde la filosofía, la psicología y la sociología; no pretende ser una ciencia natural y se mueve solo dentro de los límites de la teoría, que es una teoría del pensamiento2Si bien los padres del constructivismo moderno, los chilenos Humberto Maturana su discípulo Fransisco Varela, hayan sido biólogos y hayan desarrollado su teoría desde la biología, ésta es más que nada una cita del constructivismo para hacer una descripción del sostén biológico de la conciencia. (No en vano su trabajo es denominado „Biología Filosófica“). El resto de las aparentes intromisiones constructivistas dentro de las ciencias naturales no es tal, auqnue así parezca. La „Física constructivista“ o la „Matemática constructivista“ no son teorías físicas o matemáticas; son, más que nada, digresiones epistemológicas sobre física o matemática. En este sentido, la conciencia es „pensamiento“ y el pensamiento es „realidad“; por lo tanto, la realidad no contiene nada que esté fuera de aquel3Para ser más exactos: la „realidad de los seres humanos“: cuando decimos „realidad“ nos referimos únicamente a nuestra realidad. Lo que niega la teoría no es „la realidad“; sino „objetividad“ en nuestra capacidad de observación, percepción y compresión, y muestra una serie de limitaciones biológicas, psicológicas y sociales que no podemos superar ni con voluntad ni con método.
Ahora bien: dentro de nuestras limitaciones (o más precisamente: debido a ellas), estamos permanentemente interpretando las observaciones que hacemos de nuestro medio ambiente y aquello que percibimos de él. Ésta no es es una interpretación consciente: aquí interpretar es parte de los procesos de observación y percepción; porque nuestra capacidad para observar y percibir es limitada; está condicionada por nuestros sentidos y por nuestros aparatos biológico y psíquico.
Así, el mundo se nos prersenta de una forma que está determinada por nuestras limitaciones y no „tal cual es“.
Para nombrar solamente dos, voy a dar a continuación un ejemplo biológico y otro evolutivo-psicológico de dicho condicionamiento.
Los límites de la realidad
El punto ciego: Uno de los experimentos más usuales al hablar de constructivismo es uno que cualquiera de nosotros puede experimentar fácilmente para entender cabalmente y „en carne propia“ los límites biológicos de nuestra percepción. El denominado „punto ciego“ de la visión humana es un fenómeno doblemente interesante: por un lado ejemplifica una limitación biológica, pero por el otro, más interesante aún, prueba que nuestras limitaciones permanecen ocultas a nuestra percepción. Pruébelo usted mismo:
- a. Tápese el ojo izquierdo.
- b. Acérquece al monitor y fije la estrella a la izquierda de la imágen con la vsita de su ojo libre.
- c. Aléjese paulatinamente del monitor.
- d. Alcanzada una determinada distancia (más o menos 35cm.) el círculo de la derecha desaparecerá.
La explicación de éste fenómeno es simple, pero no viene al caso. Más interesante que la estructura biológica de nuestro aparato visual es el hecho de que nuestro cerebro nos oculta una carencia informativa; al hacer la prueba, nuestra percepción no es la de un hueco o una mancha negra en el campo visual: nuestro cerebro completa un faltante con información del contexto: no percibimos la falta perceptiva, y así como ésta, todas nuestras limitaciones son, para nosotros, siempre invisibles.4Es en éste fenómeno el el cual se basan todas las ilusiones ópticas, que en vista de lo cual deberían llamarse ilusiones mentales: por ejemplo, en ésta imágen, el casillero „A“ tiene exactamente el mismo color que el casillero „B“; sin embargo, nuestro cerebro interpreta la información del contexto y nos hace percibir la realidad no como realmente es, sino como mejor es interpretada por nuestra estructura psíquica.
El principio de causalidad y el principio de concordancia ideológica:
Las interferencias psicológicas sobre nuestra forma de construír la realidad poseen implicaciones aún más espeluznantes. Debido a mecanismos propios de la evolución, los animales hemos desarrollado la necesidad de establecer relaciones causales entre los sucesos que ocurren a nuestro alrededor. Esto no es de ningún modo sorprendente; establecer patrones y determinar causas es la base del aprendizaje; y los animales necesitan aprender para adaptrse y para sobrevivir.
El problema radica en que, basándonos en la observación y en la experiencia personal (y no existe otra forma de aprender), no solo carecemos de la capacidad para discernir si una cadena aparéntemente causal es verdadera o no, sino que también, una vez reconocido un patrón cualquiera (una vez habiendo creído reconocerlo) es muy difícil que modifiquemos nuestra convicción sobre la veracidad de ese patrón o cadena causal. En las palabras de Paul Watzlawick, éste mecanismo
„…se basa en la terca insistencia en adaptaciones y soluciones que alguna vez fueron lo suficientemente exitosas o quizás las únicas posibles. El único problema con este tipo de adaptaciones a las circunstancias dadas, es que éstas cambian con el tiempo.
Por un lado es cierto que ningún ser vivo puede interactuar con su entorno sin ningún tipo de método, es decir: hoy de una forma y mañana de otra completamente diferente. La necesidad vital de adaptación conduce inevitablemente a la cristalización de determinados patrones de conducta, cuyo objetivo ideal sería garantizar la superviviencia. Pero por razones todavía incomprensibles para los etólogos, tanto los animales como los seres humanos tienden a considerar a las adaptaciones exitosas como las por siempre únicas posibles.
Ésto produce una ceguera doble: por un lado, con el hecho de que con el correr del tiempo la solución en cuestión deja de ser la mejor, y por el otro con el hecho de que siempre existieron otras soluciones además de la „solución ideal“ o, por lo menos, que las hay ahora.“ (Watzlawick, Paul: „La realidad inventada“, pág.88s.,Gedisa, 1994)
Muy ligado al principio de causalidad está el principio de concordancia ideológica: así como necesitamos encontrar una causa para cada fenómeno, también necesitamos que dichas causas se encuentren en concordancia con nuestro sistema de creencias. Nuestro sistema de creencias y convicciones es tan sólido como nuestros patrones de conducta; y aunque comunmente todos estemos apresuradamente de acuerdo en que somos seres racionales que basamos nuestras convicciones en la observación, en realidad sucede todo lo contrario: lo que hacemos, día tras día, es elaborar observaciones (o sea: construír nuestro mundo) en base a nuestras convicciones. Numerosos estudios han demostrado que los seres humanos tendemos a modificar nuestras observaciones para que concuerden con nuestras convicciones – y no al revés. Este mecanismo no requiere deshonestidad intelectual ni es algo que podamos revertir con voluntad: lo único que podemos hacer es ser conscientes de ello5En este sentido, la ciencia es el único método de observación que es conciente de esta limitación. El contexto de un análisis epistemológico es el marco ideal para el desarrollo del constructivismo: hay una inumerable cantidad de ejemplos en donde la comunicación científica es perfectamente conciente de su propia fabilidad e imprecisión. Por ejemplo: ni la física cuántica ni la relativista reflejan la realidad tal cual es: son modelos más o menos productivos (es decir, válidos) que se usan para describir las diferentes fuerzas de la naturaleza por separado. Esto no los hace falaces, porque por ahora son las únicas herramientas con las que contamos para observar y describir el universo. Pero si algún día se encontrara la tan buscada fórmula del todo y la gravedad, el electromagnetismo, la fuerza nuclear débil y la fuerza nuclear fuerte fueran descriptos con mayor precisión por ella, la relatividad y la mecánica cuántica serían descartadas en el acto por la ciencia, dejarían de ser válidas y por lo tanto, veraces. Esto no solo no es „malo“ para la ciencia; esto es muy positivo, ya que es el mecanismo por el cual el hombre puede acercarse a la „realidad ontológica“ lo más posible… sin llegar a abarcarla nunca..
Siendo ciegos por naturaleza a la ontología de las cosas, construyendo causalidades en donde solo hay azar, inventando explicaciones arbitrarias para los fenómenos que nos rodean y luego creyéndo en esas explicaciones como si fueran una verdad ajena a nosotros6porque necesitamos tener la ilusión de la comprensión, y este punto es sumamente interesante, porque nuestro aparato psíquico necesita creer que comprende, y no comprender realmente, estamos construyendo la realidad, inquebrantable e ininterrumpidamente, a cada instante y sin percatarnos de ello.
La realidad de los objetos
Cuando decimos que la realidad es una construcción, en el fondo estamos haciendo una diferencia entre materia y objetos. Por ejemplo, el objeto de la imágen de la izquierda puede ser una taza o un florero. Es materia (eso es la realidad ontológica: partículas subatómicas que organizan la materia), pero para que sea un objeto tiene que haber un sujeto que lo construya: los objetos no existen ontológicamente en la realidad, los objetos (tengan éstos un soporte material o no) son construcciones humanas. Por un lado son construcciones sociales, o sea: símbolos cuya significación es compartida por un grupo; pero también son construídos de manera individual por cada uno de nosotros: hasta cuando dos personas estén de acuerdo en que el objeto de la foto es un florero, y aunque estén de acuerdo en que es un florero azul, de cerámica, con bordes y líneas doradas e interior blanco y de tales dimensiones; o sea, al haber logrado un nivel comunicacional tan alto que les permita superar (a los efectos de la comunicación) las barreras biológicas y psicológicas que enumeré más arriba: ese florero no es el mismo objeto para las dos personas. Aunque tenga el mismo nombre y ámbas hayan hecho el pacto tácito de hacer como si estuvieran hablando de lo mismo: nunca están refiriéndose a lo mismo por el simple hecho de que sus conciencias no son idéntcas, quizás una le tenga fobia al azul o la otra deteste el dorado y le recuerde inconscientemente algún mal momento; quizás una de ellas le tenga especial aprecio por tratarse de un objeto pasado de generación en generación… o cualquier otra cosa.
Si bien la materia es el sostén físico de la realidad, no juega ningún papel a los efectos de nuestra relación con ella; nuestra realidad no es una realidad de protones, neutrones y átomos: es una realidad de objetos y de significados, construída por el lenguaje y por el pensamiento de cada individuo, que a su vez, está condicionado por nuestra evolución, nuestra psiquis y nuestra tecnología7Por eso es humanamente imposible compartir realmente una sensación o una idea o cualquier otra cosa con nadie. Si la comunicación funciona, es solo porque nuestro lenguaje perdona errores de comprensión de manera muy generosa, porque nos manejamos con ideas y conceptos sumamente difusos, que pueden integrarse de manera absolutamente plástica y flexibe a nuestra conciencia. Lo que comunmente hacemos cuando decimos que compartimos una emoción o una idea es, simplemente, postular taxativamente la igualdad de dos experiencias diferentes..
Con las palabras de Ernst von Glasersfeld,
“Un albañil que trabaje solamente con ladrillos, tarde o temprano llegará a la conclusión que todas las puertas y ventanas deben tener un arco que soporte la construcción superior. Si el albañil entonces cree haber descubierto una ley absoluta sobre el mundo, estará tan equivocado como estuvo equivocado Kant cuando creyó que toda la geometría debía ser euclidiana. Aquello que elijamos como piezas de construcción, sean ladrillos o elementos euclídicos, inevitablemente, define límites, que solo experimentamos desde “adentro”, desde la perspectiva de los ladrillos o desde la perspectiva euclidina.
“Las barreras del mundo contra las cuales fracasan nuestros emprendimientos permanecen, para nosotros, siempre invisibles.
“Todo lo que vivimos y experimentamos, conocemos y sabemos, está indefectiblemente construído con nuestras propias piezas y solo puede explicarse desde nuestra propia forma de construirlo” (Op.Cit.,p.35s.)
Bibliografía básica: introducciones y puntos de partida
Maturana, H. y Varela, F.: „El árbol del conocimiento: las bases biológicas del conocimiento humano“
Luhmann, Niklas: „Sistemas Sociales: Lineamientos para una teoría general“
Watzlawick, Paul: „La realidad inventada„ y „El Arte de amargarse la Vida“
Reflexivo, introvertido, taciturno y estoico; existencialista, constructivista y ateo.